Capítulo V. El Mulato (Susana)

Susana tuvo una madre y una gemela hasta los 13 años. Después, la primera perdió la vida en un choque frontal. Alejandra, su hermana, no se mató en aquel accidente: ni un hueso roto; sin embargo, ese día murió el vínculo que tenían ambas desde niñas. Jamás volvieron a soportarse. Idénticas, Alejandra siempre fue la favorita de Isabel, la madre, mientras ella era la consentida de su padre. Aquel suceso marcó la forma en que ambas vivirían sus años de instituto y la personalidad de Susana se hizo cada vez más dura, más estricta y seca. Con una capacidad pasmosa para absorber conocimiento y una disciplina envidia de cualquier persona con ambición, los triunfos académicos se sucedieron desde el inicio de su carrera universitaria. No eligió estudiar Derecho, eligió hacer feliz a su padre, el único hombre al que admiraba. Si no fuera por la influencia que él tuvo sobre su decisión, Susana sería psicóloga.

Había pasado mucho desde todo aquello. Cuando pensaba en esos años la sensación era la de un vacío largo y doloroso. No lo hablaba con nadie: se sentía débil al hacerlo. Una noche del pasado agosto, había ido a un “Speed Dating Event”. Citas rápidas en un bar subterráneo durante unas vacaciones en Nueva York, la ciudad donde estudió un máster becado al terminar su licenciatura. Volvía cada cuatro años para revivir la época en la que aún gozaba de tiempo libre. Ese día vio el anuncio del evento en Facebook y se plantó allí en tacones y labios rojos. No buscaba amor. Le resultaba interesante conocer gente y le parecía una actividad fuera de lo común. Además, disfrutaba del sexo con desconocidos. Tras hablar con un par de hombres musculosos sin cerebro, un intelectual perdido y, posiblemente, virgen, un pez gordo de los negocios internacionales, una lesbiana con tetas enormes y una historia apasionante y un salido con aires de modelo, se sentó en una mesa enfrente de un mulato de mirada fría. Origen caribeño, varios años en Miami y una década entre Barcelona y Manhattan. No hubo más detalles sobre la profesión de aquel tipo, ni tampoco sobre su pasado. Sin embargo, Susana, sin saber por qué, compartió con él la historia de su madre y le explico entre alcohol cómo había perdido el interés por las relaciones sentimentales, por los hombres y por los vínculos demasiado fuertes. Se fueron juntos a la cama e intercambiaron los teléfonos. Semanas después, en las Ramblas, se encontraron paseando, cada uno en su vida. Cruzaron miradas y ahí empezaron los mensajes. La diversión de tener muchas fantasías sexuales en común y ningún conocido aparente, les llevó a quedar de forma ocasional. Siempre en hoteles, pese a contar con apartamentos propios, siempre los fines de semana y jamás hasta más tarde de las 12:00, hora en que tenían que dejar la habitación. Ninguno de los dos se conformaba con el misionero: usaban diferentes juguetes, bebían mucho, alguna vez hubo coca entre las sábanas, y una madrugada en que nada les parecía suficiente, él propuso que se grabaran. Le resultaba excitante pero, cuando se lo sugirió, ella se negó, aún conservaba cierta sobriedad. La idea, sin embargo, la asaltó en varias ocasiones tras esa noche. Le acudían a la cabeza imágenes de ambos sobre el escritorio de la Suite o en el servicio del hotel. La cara de placer de él reflejada en el espejo detrás de ella, la fuerza con que la tocaba… Así, en el próximo encuentro, también bañado de ginebra, ella aceptó. En eso consistía aquello: en dejar de pensar, actividad a la que dedicaba todas las horas del día. No obstante, después de algunas citas más, él no volvió a dar señales.

A Susana no le había importado demasiado. Una lástima, follaba bien, se lamentó. Y no mucho más, hasta hacía un par de semanas.

Ahora llegaba a las oficinas del bufete diez minutos tarde para la reunión de las 9:30 con el resto del departamento. No dio los buenos días a Ismael en la puerta, ni miró a nadie por los pasillos. Escuchó el acento insoportable de Maca saludándola en la puerta de la sala de reuniones y entró ignorándola. Menuda payasa. Con una mirada dura y un movimiento seco indicó a Matías que se callase para terminar cuanto antes. Tenía mucho que hacer. Puso de manifiesto lo mediocre que le parecía el trabajo de su equipo y pidió a la nueva que se preparase un tema para exponer delante del resto. Harían eso de forma periódica, todos los lunes. Aquella gente creía que la vida era fácil.

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